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por supuesto, soy pobre. En total, no tengo más que 1.200 rublos, pero eso no importa...
-Claro que no. Además la abuela tiene una pensión y no será una carga. Tenemos que
llevarnos a la abuela.
-Desde luego hay que llevarse a la abuela... Ahora bien, también está Matryona...
-¡Ah, sí, y nosotras tenemos a Fyokla!
-Matryona es buena, pero tiene un defecto. Carece de imaginación, Nastenka, carece
por completo de imaginación. Pero eso no tiene importancia.
-Ninguna. Pueden vivir juntas. Entonces se muda usted a nuestra casa.
-¿Cómo? ¿A casa de ustedes? Muy bien, estoy dis puesto.
-Sí, como inquilino. Ya le he dicho que tenemos un desván en lo alto de la casa y que
está vacío. Teníamos una inquilina, una vieja de familia noble, pero se nos fue, y sé que
la abuela busca ahora a un joven. Yo le pregunto: «¿Por qué un joven?» Y ella dice:
«Porque ya soy vieja; pero no vayas a creerte, Nastenka, que te estoy buscando marido.»
Yo sospechaba que era para eso...
-¡Ay, Nastenka!
Y los dos rompimos a reír.
-Bien, basta ya. ¿Y usted dónde vive? Ya se me ha olvidado.
-Ahí, junto a uno de los puentes, en casa de Barannikov.
-¿Esa casa tan grande?
-Sí, esa casa tan grande.
-Ah, sí, ya sé, es una casa hermosa. Bueno, pues ya sabe que mañana la deja y se viene
con nosotras cuanto antes...
-Pues mañana, Nastenka, mañana. Estoy algo retrasado con el pago del alquiler, pero no
importa... Voy a recibir mi paga pronto y...
-Y ¿sabe?, quizá yo dé lecciones. Yo misma me instruiré y daré lecciones...
-¡Magnífico! Y yo recibiré pronto una gratificación, Nastenka...
-De modo que mañana será usted un inquilino...
-Sí, e iremos a oír El Barbero de Sevilla, porque lo van a poner pronto otra vez.
-Sí que iremos -dijo riendo Nastenka-. No. Mejor será que vayamos a oir otra cosa en
lugar de El Barbero.
-Bueno, muy bien, otra cosa. Claro que será mejor. No había pensado...
Hablando así, íbamos y veníamos como aturdidos, como caminantes en la niebla, como
si no supiéramos qué nos pasaba. A veces nos parábamos y charlábamos largo rato en un
mismo lugar; a veces reanudábamos nuestras ¡das y venidas y llegábamos hasta Dios
sabe dónde, y allí vuelta a reír y vuelta a llorar... De pronto, Nastenka decidió volver a
casa. Yo no me atreví a retenerla y quise acompañarla hasta la puerta misma. Nos
pusimos en camino y al cabo de un cuarto de hora nos hallamos de nuevo en nuestro
banco del muelle. Allí suspiró y alguna lagrimilla volvió a bañarle los ojos. Yo quedé
cohibido y perdí un tanto mi ardor... Pero ella, allí mismo, me apretó la mano y me
arrastró de nuevo a caminar, a charlar, a contar cosas...
-Ya es hora de que vaya a casa, ya es hora. Pienso que debe ser muy tarde -dijo por fin
Nastenka-, ¡basta ya de chiquilladas!
-Sí, Nastenka, pero lo que es dormir, no dormiré ahora. Yo no me voy a casa.
-Yo parece que tampoco voy a dormir. Pero acompañeme usted.
-Por supuesto.
-Esta vez, sin embargo, es preciso que lleguemos hasta mi casa.
-Claro. Por supuesto.
-¿Palabra de honor?... Porque alguna vez habrá que volver a casa.
-Palabra de honor --contesté riendo.
-Bueno, andando.
-Andando.
-Mire el cielo, Nastenka, mírelo. Mañana va a hacer buen día. ¡Qué cielo tan azul! ¡Qué
luna! ¡Mire cómo la va a cubrir esa nube amarilla, mire, mire! No, ha pasado junto a ella.
¡Mire, mire!
Pero Nastenka no miraba la nube, sino que, clavada en el sitio, guardaba silencio. Un
instante después comenzó a apretarse contra mí con una punta de timidez. Su mano
temblaba en la mía. La miré... Ella se apoyó contra mí con más fuerza aún.
En ese momento paso junto a nosotros un joven. Se detuvo de repente, nos miró de hito
en hito y luego dio unos pasos más. Mi corazón tembló.
-Nastenka -dije yo a media voz-. ¿Quién es, Nastenka?
-Es él -respondió con un murmullo, apretándose aún más estremecida contra mí.
Yo apenas podía tenerme de pie.
-¡Nastenka! ¡Nastenka! ¡Eres tú! -exclamó una voz tras nosotros y en ese momento el
joven dio unos pasos hacia donde estábamos.
¡Dios mío, qué grito dio ella! ¡Cómo temblaba! ¡Cómo se libró forcejeando de mis
brazos y voló a su encuentro! Yo me quedé mirándolos con el corazón deshecho. Pero
apenas le dio ella la mano, apenas se hubo lanzado a sus brazos, cuando de pronto se
volvió de nuevo hacia mí, corrió a mi lado como una ráfaga de viento, como un
relámpago, y antes de que yo me diera cuenta, me rodeó el cuello con los brazos y me
besó con fuerza, ardientemente. Luego, sin decirme una palabra, corrió otra vez a él, le
cogió de la mano y le arrastró tras sí.
Yo me quedé largo rato donde estaba, siguiéndoles con la mirada. Por fin se perdieron
de vista.
La mañana
Mis noches terminaron con una mañana. El día estaba feo. Llovía, y la lluvia golpeaba
tristemente en mis cristajes. Mi cuarto estaba oscuro y el patio sombrío. La cabeza me
dolía y me daba vueltas. La fiebre se iba adueñando de mi cuerpo.
-Carta para ti, señorito. El cartero la ha traído por correo interior --dijo Matryona
inclinada sobre mí.
-¿Una carta? ¿De quien? -grité saltando de la silla.
-No tengo idea, señorito. Mira bien. Puede que esté escrito ahí.
Rompí el sello. Era de ella.
«Perdone, perdóneme -me decía Nastenka-, de rodillas se lo pido, perdóneme. Le he
engañado a usted y me he engañado a mí misma. Ha sido un sueño, una ilusión... ¡No
puede imaginarse cómo le he echado de menos hoy! ¡Perdóneme, perdóneme!
»No me culpe, porque en nada he cambiado con respecto a usted. Le dije que le amaría
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