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injurias de los buenos: instad y morded, que antes os romper�is los dientes que hag�is
presa en ellos. Dec�s, ��por qu� siendo aquel amador de la filosof�a, pasa la vida tan rico?
�Por qu� nos ense�a que se han de despreciar las riquezas, y las retiene, que se ha de
desestimar la vida, y la conserva, que no se ha de amar la salud, y la procura con tanto
cuidado deseando la m�s robusta? �Por qu�, diciendo que el destierro es un vano nombre,
y que el mudar provincias no tiene cosa que sea mala, se envejece en la patria? �Por qu�
cuando juzga que no hay diferencia de la edad larga a la corta, procura (si no hay quien
se lo impida) alargar la suya viviendo contento con vejez larga?� Respóndoos que estas
cosas se han de despreciar, no para no tenerlas sino para que el tenerlas no sea con
solicitud. No las desechar� de s�, antes cuando se le fueren las seguir� seguro. Porque �en
qui�n podr� depositar mejor la fortuna sus riquezas que en aquel que, cuando se las
pidiere, se las volver� sin quejas? Cuando alababa Marco Catón a Curio y a Corruncano,
y el siglo en que se juzgaba por crimen concerniente al Censor el tener algunas pocas
medallas de plata, pose�a �l cuatrocientos sextercios: menos era sin duda de los que ten�a
Creso; pero mucho m�s de los que tuvo Catón Censor. Y si se hace comparación, se
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Lucio Anneo S�neca Tratados morales
hallar� que Marco Catón se aventajó en m�s cantidad a la que tuvo su abuelo, que en la
que se aventajó a �l Creso. Y si hubiera conseguido mayores riquezas, no las hubiera
desechado: porque el sabio no se juzga indigno de cualesquier d�divas de la fortuna; y
aunque admite las riquezas no pone en ella su amor; y no les da alojamiento en el �nimo,
aunque se lo da en su casa: y despu�s de pose�das, si bien las desprecia, no las desecha,
antes las guarda, holg�ndose tener mayor materia para su virtud.
Cap�tulo XXII
�Qu� duda puede haber de que el varón sabio tendr� m�s ocasiones para mostrar su
�nimo en las riquezas que en la pobreza? Porque en �sta hay un solo g�nero de virtud,
que es no abatirse ni rendirse. Pero las riquezas tienen un ancho campo en que poder
esparcirse: en la templanza, en la liberalidad, en la diligencia, en la disposición y en la
magnificencia. El sabio, aunque sea de peque�a estatura, no har� desprecio de s�, pero
con todo eso se holgar� ser de gallardo talle, y cuando sea flaco de cuerpo y tuerto de un
ojo, se tendr� por sano; pero no obstante esto, desear� tener mayor robustez. Y este deseo
ser� con tal templanza, que aunque sabe que puede haber mayor salud, sufrir� la mala
disposición, codiciando la buena. Porque aunque hay algunas cosas que a�aden poco a
las sumas, y se pueden quitar sin da�o del sumo bien, con todo eso aumentan algo al
perpetuo contento que nace de la virtud. Aficionan y alegran las riquezas al sabio, al
modo que al navegante el quieto y próspero viento, y el buen d�a, y el lugar abrigado para
las lluvias y fr�o. �Cu�l de los sabios (de los nuestros hablo, para los cuales la virtud sola
es el sumo bien) negar� que estas cosas que llamamos indiferentes tienen en s� algo de
estimación, y que unas son mejores que otras? A unas de ellas se atribuye alguna parte de
honor, a otras mucha. No yerres en esto, advirtiendo que las riquezas se reputan entre las
cosas mejores. Dir�sme: �por qu�, pues, te burlas de m�, si ellas tienen cerca de ti el
mismo lugar que conmigo? �Quieres que te desenga�e de que no tienen el mismo lugar?
Si a m� se me escaparen las riquezas, no me llevar�n m�s que a s� mismas; pero si te
huyeren a ti, quedar�s atónito y juzgar�s que has quedado sin ti. En m� llegar�n a tener
alguna estimación, pero en ti la suprema; y finalmente las riquezas ser�n m�as, pero t�
ser�s de las riquezas.
Cap�tulo XXIII
Deja, pues, de prohibir a los filósofos las riquezas, que nadie condenó a la sabidur�a a
que fuese pobre. Podr� el filósofo tener grandes riquezas; pero ser�n no quitadas a otros,
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Lucio Anneo S�neca Tratados morales
ni manchadas con sangre ajena: tendr�las, y ser�n adquiridas sin injuria de otros y sin
ganaricias suyas, y en �l ser� igualmente buena la salida, como lo fue la entrada.
Ninguno, sino el envidioso, gemir� por ellas; y por m�s que las exageres de que no son
grandes, has de confesar que son buenas: pues habiendo en ellas muchas cosas que todos
desearan fueran suyas, no se hallar� alguna de que se pueda decir que lo es. El sabio no
apartar� de s� la benignidad de la fortuna, y no se desvanecer� ni se avergonzar� con el
patrimonio adquirido por medios l�citos, antes tendr� de que gloriarse, si haciendo
patente su casa, y dando lugar a que en ella entre toda la ciudad, pudiese pregonar que
cada uno lleve lo que conociere ser suyo. �Oh varón grande, justamente rico, si
conformaren las obras con el pregón, y si despu�s de haberlo pregonado le quedaren
todos los bienes que antes ten�a! Quiero decir, si con toda seguridad, habiendo admitido
al pueblo al escrutinio de sus riquezas, no tuviere quien halle en su casa cosa de qu�
poder echar mano. Este tal con osad�a y publicidad podr� ser rico; como el sabio no ha de
permitir entre por los umbrales de su casa un maraved� adquirido por malos medios, as�
tampoco repudiar� ni desechar� las grandes riquezas que fueren d�diva de la fortuna y
fruto de la virtud. �Qu� razón hay para que �l mismo envidie el verlas colocadas en buen
lugar? Vengan, pues, y sean admitidas, que ni har� jactancia de ellas, ni las esconder�,
que lo primero es de �nimo ignorante y lo otro de t�mido y corto, como el del que tiene
encerrado en el seno un gran tesoro: no conviene, pues, echarlos de su casa. Porque para
hacerlo, �qu� les ha de decir? �Dir�les por ventura: �Idos porque sois in�tiles, o porque
me falta capacidad para usar de vosotras�? Suceder�le lo que al que teniendo fuerzas para
hacer su viaje a pie, holgar�a m�s de hacerle en un coche. As� el sabio, si pudiere ser rico,
holgar� de serlo, pero tendr� las riquezas como bienes ligeros y que con facilidad se
vuelan, y no consentir� que para s� ni para otros sean pesadas. �Qu� dar�? �Alargasteis
las orejas para o�rlo, y desembarazasteis el seno para recibirlo? Dar�, pero ser� a los
buenos o a los que pudiere hacer buenos. Dar� con sumo acuerdo, y para dar elegir� los
m�s dignos, como aquel que sabe ha de dar cuenta de lo recibido y de lo gastado. Dar�
por causas justificadas, conociendo que las d�divas mal colocadas se cuentan entre las [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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