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Siéntese un poco más, por favor.
Me dirigí a la puerta y desde ella dije por última vez:
 Suceda lo que suceda, recuerde que he cumplido con mi deber. Como antiguo
servidor y amigo de la familia, pongo en su conocimiento que jamás consentiría
yo en casar a mi hija según un contrato como el que usted obliga a hacer a su
sobrina.
Atento a la campanilla, el ayuda de cámara apareció en el umbral de la puerta.
 Luis  dijo el señor Fairlie como si no me hubiera oído , acompañe a este
caballero y vuelva a sostenerme los grabados. Señor Gilmore, coma usted aquí
antes de marcharse, haga que estas bestias de criados le preparen un buen
almuerzo.
Estaba demasiado disgustado para contestar. Salí sin decir una palabra y volví a
Londres en el tren de las dos.
El martes envié el contrato con la deseada enmienda, según la cual quedaban
desheredadas las personas que la señorita Fairlie me había recomendado. Pero yo
no podía hacer más, pues de haberme negado a hacerlo hubiesen acudido a otro
notario.
Mi labor ha concluido. Otras plumas más aptas que la mía darán cuenta de los
extraños sucesos que acaecieron a aquella familia. Preocupado y triste, terminó
esta breve exposición de los míos, y preocupado y triste repito aquí, como final,
las mismas palabras que dije al despedirme del señor Fairlie.
Jamás consentiría yo en casar a mi hija según un contrato como el que éste obliga
a hacer a su sobrina.
FIN DEL RELATO DEL SEÑOR GILMORE
CONTINÚA LA HISTORIA SEGÚN LOS FRAGMENTOS
DEL DIARIO DE MIRIAN HALCOMBE
Día 8.
El señor Gilmore se ha marchado esta mañana.
Según parece, le ha conmovido más de lo que quiere confesar su entrevista con
Laura. Me temo mucho que ella le haya dejado sospechar la causa de su
verdadera pena. Para salir de dudas, me excusé de acompañar a Sir Percival
durante el paseo, y fui a ver a mi hermana.
Al entrar, estaba paseando por la habitación, con el rostro animado por la fiebre.
Antes de que yo pronunciara una palabra, me dijo:
 Te necesito. Siéntate aquí, conmigo. Yo no puedo sufrir más. Tiene que
terminar todo esto. Tenía en las mejillas demasiado color, demasiada energía en
la actitud y en la voz demasiada firmeza. El álbum de dibujos de Hartright estaba
en una de sus manos, y comencé a retirarlo suavemente, con objeto de que no lo
viese.
 Cálmate, querida, y dime qué es lo que quieres hacer  le dije . ¿Qué te ha
aconsejado el señor Gilmore?
 Ha sido muy bueno conmigo. Yo le he apenado echándome a llorar. Soy una
tonta que no sabe dominarse. Tanto para mí como para todos, necesito tener valor
para hacer lo que pienso.
 ¿Valor para romper tu compromiso?
 No, para decir la verdad  dijo con una sencillez admirable, y me echó los
brazos al cuello.
Frente a nosotras había una miniatura de su padre, y mientras hablaba no separaba
de ella su mirada.
 Marian  dijo , yo no puedo romper este compromiso. Me bastaría para
hacerme desgraciada toda la vida la idea de que había desobedecido las últimas
palabras de mi padre.
 ¿Qué te propones, entonces?  pregunté.
 Decir a Sir Percival la verdad y atenerme a la que determine.
 ¿Qué es lo que vas a decirle? Basta tan sólo con que sepa que este matrimonio
se opone a tus deseos.
 Yo no puedo decir eso de un matrimonio obra de mi padre y que yo he
consentido. Sin entusiasmo, pero satisfecha, quizá hubiera cumplido mi palabra
si...  Se detuvo y ocultó en mi pecho su rostro para continuar luego:  Si no
hubiera llenado mi corazón otro amor que no existía cuando prometí ser esposa de
Sir Percival.
 Laura, es imposible que te rebajes a esto.
 Lo haré si me libro de la inquietud de tener que ocultarle lo que debe saber.
 El no tiene el menor derecho de saber...
 Te equivocas, Marian, te equivocas. No debo engañar a nadie, y menos al
hombre que mi padre me ha destinado como marido.
Cogí su cabeza entre mis manos y la miré sorprendida. Por primera vez en la vida
se habían cambiado nuestros papeles. Ella era la que tenia resolución y yo la que
se mostraba indecisa. Contemplé aquel rostro tan pálido, tan joven y tan lleno de
interés para mí. Vi en aquellos ojos azules, tan puros, el reflejo de un corazón más
puro todavía, y las mundanas objeciones que asomaron a mis labios murieron en
el vacío.
 No te enfades, Marian  dijo interpretando de otra forma mi silencio.
La abracé sin contestarle.
 Hace días que estoy pensando en esto  continuó acariciando mi cabello con
sus manos . Lo he pensado muy seriamente y estoy segura de que tendré valor
para hacerlo, puesto que mi conciencia me dice que debo proceder así. Mañana le
hablaré delante de ti. Nada diré de malo, ni de que tú y yo tengamos que
avergonzarnos. Pero no tener que disimular producirá a mi corazón un
extraordinario alivio. Una vez me haya escuchado, que obre como quiera.
Tuve para el porvenir tristes presentimientos, pero no quise hacerla partícipe de
ellos. Me limité a decirle que haría lo que ella quisiera. Me besó y me dió las
gracias.
A la hora de comer se reunió con nosotros y estuvo más tranquila y atenta con Sir
Percival. Por la noche aceptó tocar algo al piano, pero no tocó ninguna de las
dulces melodías de Mozart, cuyo libro bahía escondido desde el día en que se fué
el pobre Hartright. [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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