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 Bueno, pues yo creo que las piedras corazón son mágicas. Sé que a veces dan mucha suerte, y
siempre llevo una encima, vaya donde vaya. ¿Crees en la suerte?
 Por supuesto que creo en la suerte.
Mientras se hacía el café, Sarah puso la caja sobre la mesa y cortó la cinta adhesiva. Las distintas capas
y obstáculos que tuvo que salvar la hicieron reír de buena gana. Cuando al fin descubrió la minúscula piedra
corazón negra, se quedó boquiabierta.
 ¡Es la mejor que he visto en mi vida!  exclamó.
La mesa y el suelo estaban cubiertos de bolas de papel arrugadas, cajas y palomitas de maíz; R.J. tenía
la sensación de haber estado abriendo regalos la mañana de Navidad. Así fue como las encontró David cuando
bajó, todavía en pijama, a prepararse un café.
R.J. empezó a pasar más tiempo en casa, disfrutando con la experiencia de hacerse su propio nido sin
necesidad de tener en cuenta los gustos y disgustos de nadie m[s.
Poco antes había recibido los libros que llenaban la biblioteca de la casa de la calle Brattle, e hizo un
trato con George Garroway por el que ofrecía atención pediátrica a sus cuatro hijos a cambio de su trabajo como
carpintero.
Luego compró madera curada en un aserradero que llevaba un solo hombre, en lo profundo de las
colinas.
En Boston, los tablones de cerezo hubieran sido secados al horno y su precio habría resultado
prohibitivo. En cambio Elliot Purdy se ocupaba de todo el trabajo: talaba los árboles de sus propias tierras, los
aserraba y los apilaba cuidadosamente para que la madera se secara al aire libre, de manera que el precio
resultaba razonable. R.J.
y David se llevaron los tablones en la camioneta de éste. Garroway cubrió las paredes de la sala con
estanterías. R.J. se pasó noche tras noche lijándolas y frotándolas con aceite de linaza, a menudo con la ayuda de
David y a veces con la de Toby y Jan, a los que recompensaba con platos de espaguetis y ópera en el compact
disc. Cuando terminaron, la habitación adquirió esa calidez que sólo producen la madera reluciente y los lomos
de muchos libros.
Junto con las cajas de libros trasladadas en camión desde el almacén de Boston llegó también el piano,
que instaló ante la ventana de la sala, sobre la alfombra persa que había sido su posesión más preciada en la casa
de Cambridge. La antigua alfombra de Heriz se había tejido en vivos colores ciento veinticinco años atrás, pero
con el paso del tiempo el rojo había adquirido un tono de óxido, los azules y los verdes habían conseguido ricos
y sutiles matices y el blanco se había convertido en un delicado crema.
Unos días más tarde, una camioneta de Federal Express se detuvo ante la puerta de R.J. y el conductor
le entregó un voluminoso paquete procedente de Holanda.
Era el legado de Betts Sullivan, un juego compuesto por una bandeja, una cafetera, una tetera, una
azucarera y una jarrita para crema, todo ello en plata hermosamente labrada. R.J. se pasó una velada entera
puliendo las pesadas piezas, y luego las colocó sobre una cómoda baja donde podía verlas, junto a la alfombra de
Heriz, mientras tocaba el piano. Descubrió así una sensación extraordinariamente placentera a la que fácilmente
podía volverse adicta.
David quedó impresionado al ver el servicio de plata, mostró interés cuando R.J. le habló de Elizabeth
Sullivan, y pareció conmovido cuando le llevó al pequeño claro a orillas del río donde estaban enterradas las
cenizas de Betts.
 ¿Vienes a menudo para hablar con ella?
 Vengo porque me gusta el sitio. Pero no... No hablo con Elizabeth.
 ¿No quieres decirle que has recibido su regalo?
 Elizabeth no está aquí, David.
 ¿Cómo lo sabes?
 Lo sé. Lo que enterré bajo esa roca eran sólo unos fragmentos de huesos calcinados. Elizabeth quería
sencillamente que sus restos volvieran a la tierra en algún lugar hermoso y silvestre. Este pueblo, este lugar junto
al río Catamount, no significaron nada para ella durante su vida. Ni siquiera los conocía. Si las almas regresan
después de la muerte..., y no creo que eso suceda porque la muerte es la muerte..., pero si pudiera suceder, ¿no
crees que Betts Sullivan iría a algún lugar que hubiera sido significativo para ella?
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R.J. se dio cuenta de que lo había escandalizado y decepcionado enormemente.
Eran personas muy distintas.
Quizás era cierto que los contrarios se atraían, pensó ella.
Aunque su relación estaba sembrada de dudas e incertidumbres, también compartían horas maravillosas.
Exploraron juntos la finca y encontraron auténticos tesoros. En lo profundo del bosque había una serie de
embalses, como las cuentas de un collar enorme. Empezaban con un minúsculo dique que encerraba un hilillo de
agua demasiado pequeño para llamarlo arroyo y que originaba un remanso poco mayor que un charco. Los
castores, trabajando con infalible instinto de ingenieros, habían construido una serie de diques y estanques a
partir del primero, cada uno un poco mayor que el anterior, hasta terminar en una laguna que ocupaba más de
media hectárea. Aves acuáticas y otros animales silvestres acudían al estanque más grande para anidar y pescar
truchas, y era un lugar plácido y tranquilo.
 Ojalá pudiera llegar hasta aquí sin tener que abrirme paso entre los árboles y la maleza.
David le dio la razón.
 Necesitas un sendero  señaló.
Ese mismo fin de semana acudió con pulverizadores de pintura para señalar el sendero. Recorrieron el
camino muchas veces para asegurarse bien antes de marcar los árboles, y después David trajo la sierra mecánica
y empezó a trabajar.
Mantuvieron el sendero deliberadamente angosto y evitaron tocar los troncos caídos y los árboles más
grandes, salvo para podar las ramas bajas que habrían podido obstaculizar el paso. R.J. se llevó a rastras las
ramas y los arbolillos que David cortaba, reservando los más gruesos para leña y apilando la hojarasca para que [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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