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ocurrió sacar a relucir esta última tentación. Comenzó por infiltrar en la imaginación del
santo imágenes pornográficas comparables a la lluvia de combustibles que un ejército de-
rramaría sobre una ciudad para allanarle el camino a las tropas por llegar. La siguiente des-
carga fue despertar deseos sexuales. Aparentemente esta tentación se prolongó por varias
semanas o meses. Dice el texto que la lucha entre S. Antonio y el diablo fue tan intensa que
sus colegas se dieron cuenta de la batalla que estaba teniendo lugar.
Cuando tenemos tentaciones de esta índole y continúan por algún tiempo, se pueden
confundir nuestras conciencias y preguntarse si están consintiendo o no a ellas. Pensamos -
¿Si realmente las estoy rechazando, por qué siguen asaltándome?- con el repetido retorno
de los pensamientos y emociones obsesivas, se despierta la energía sexual con toda su fuer-
za. Como San Antonio había tenido una niñez más bien aislada, seguramente no conocía la
potencia de dicha energía. El había hecho voto de castidad con el fin de dedicar toda su
fuerza a un solo objetivo, que era el camino espiritual. Le hacía falta enfrentarse con la in-
tensidad de su energía sexual y aceptarla para poder permitirle al Espíritu Santo que la con-
virtiese en santo celo al servicio de Dios y de sus discípulos en el futuro.
Después de luchar constantemente contra estas tentaciones, posiblemente durante
varios meses, San Antonio finalmente recibió una embestida más, que se podría expresar
como sigue: -Antonio, has hecho todo lo posible, todo lo que está a tu alcance, sin embargo
ya ves que tus esfuerzos no te conducen a nada. Es mejor que desistas.- La reacción del
santo fue de rabia y de pesadumbre, muestra segura de que no estaba de acuerdo.
En forma muy práctica usó San Antonio la energía que nació de esa ira. Introdujo en
su mente imágenes bien vívidas de las llamas del infierno; con esta estrategia no trataba de
dar lugar a la sensación de miedo que es totalmente contraproducente en las tentaciones de
orden sexual. El cuerpo responde a esta sensación con substancias químicas que inyecta en
la corriente sanguínea y concentra el flujo de sangre al abdomen, preparando así al cuerpo
para que luche o huya. No, la estrategia de Antonio era poner las tentaciones sexuales en el
mismo nivel de las imágenes igualmente vívidas del fuego del infierno. Al saturar su mente
con la imagen de llamas reales y del dolor físico que producen, pudo extinguir la llama de
la lujuria.
Nos relata el autor que cuando San Antonio rebasó esta tentación sin verse afectado,
el diablo inmediatamente cambió de táctica. Disgustado y convencido de que Antonio era
diferente a los demás seres humanos que son presas fáciles ante una tentación, trató de per-
suadir al santo de que se enorgulleciera de su victoria sobre su sensualidad, para así hacerlo
cometer el pecado de soberbia. La respuesta de Antonio fue algo así como ¡Vete al infier-
no!-& (esta es mi propia versión). Y continúa Atanasio, - esta fue la primera victoria de
San Antonio contra el diablo.-
Fue así como el santo, además de rehusar su consentimiento al espíritu de fornica-
ción, rechazó la idea de vanagloriarse y sucumbir al más mínimo enorgullecimiento por
haber vencido las tentaciones. La arrogancia del que se considera inocente es una de las
peores formas de orgullo. Atribuye a sus propios méritos lo que sólo por gracias de Dios
puede haber logrado. El riesgo en este punto del camino espiritual es que la liberación del
pecado y la facilidad con que se practican las virtudes se le puede ir a uno a la cabeza.
La noche de los sentidos nos revela en toda su magnitud el egoísmo de que somos
capaces. El fruto de esta experiencia entre amarga y dulce, que nos revela íntimamente
quienes somos, es humildad. Es poder reconocer plenamente nuestras fallas sin reaccionar
con acusaciones, vergüenza, enojo o desencanto. La autoreciminaciones son neuróticas; re-
presentan la voz del orgullo que respira por la herida diciendo: -¡Volviste a fallar, eres un
imbécil tal y cual! ¡Siempre lo echas todo a perder! No te le mides a mis aspiraciones (fan-
tásticas) de perfección.- La humildad es lo que balancea la realidad de nuestra flaqueza
humana con la confianza en la infinita misericordia de Dios.
San Juan de la Cruz describe una segunda tentación en la noche de los sentidos:
En otras ocasiones durante esta noche se agrega el espíritu de blasfemia, que se pasea li-
bremente, sembrando en el camino de los pensamientos y conceptos las más intolerables
blasfemias. Las infiltra en la imaginación con tal violencia que el alma llega al borde de
repetirlas lo cual la atormenta enormemente. (Cap. 14, No. 2 de La Noche Oscura de los
Sentidos)
Hay personas que experimentan esta prueba y concluyen que se están alejando de
Dios y que la compenetración que existía antes ha llegado a su fin. Esto intensifica su an-
siedad.
La sensación de impotencia frente a una ira ciega puede ocurrir en cualquier estilo
de vida. Cuando yo salí del noviciado y me incorporé a la casa de los profesos, me dieron el
oficio de ayudar al sacristán preparar las vestiduras para la celebración de la misa. Como mi
deseo era emplear todo mi tiempo libre en oración, tenía por costumbre llegar apresurada-
mente del trabajo, asearme y correr directamente a la iglesia. De vez en cuando el sacristán
se atravesaba para decirme que acababa de llegar un sacerdote que no esperaban y quería
decir la misa, y era entonces mi deber de sacar las vestiduras y los recipientes sagrados y
colocarlos en el altar. Recuerdo que estaba pasando por un período de gran aridez y mi pa-
ciencia andaba mal. Cuando yo veía que el sacristán se me aproximaba, sentía la indigna-
ción que se apoderaba de mí junto con el comentario, -Aquí se fastidia otra vez mi tiempo
para orar. ¿Por qué los superiores no le darán este trabajo a otro?- En lugar de sentir agra-
decimiento por el honor de preparar lo necesario para la misa, interiormente protestaba y le
daba las quejas a Dios. Hasta pensamientos blasfemantes venían a mi mente. A estas alturas
tenía suficiente fe como para saber que toda mi vida seguía el plan hecho por Dios, así que
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