[ Pobierz całość w formacie PDF ]

 ¡Qué novia, si es un hurón!  decía mirándome gozosa, segura de
que todavía mi corazón no era más que suyo . A eso vengo: a que me
lo enamoréis vosotras.
 Eso allá Elena: yo ya soy vieja para éste.
34
Aquel vieja lo pronunció con tal acento y acompañado de tal mi-
rada que fue como una provocación cargada de pimienta. ¡Vieja, y cos-
taba trabajo contenerse y no hincar el diente en aquella carne blanca
que debía de saber a manzana fresca, entre verde y madura!
Llegamos a la zarza que limitaba por aquella parte el prado So-
monte, el cual doblaba, como un manto de terciopelo verde sirviendo
de gualdapa a un elefante monstruoso, el lomo de la colina y se exten-
día por la otra vertiente en cuesta suave, en que brillaba, con sus pun-
tas de esmeraldas, la yerba rapada, a los rayos del sol poniente.
Al otro extremo del prado, allá abajo, un grupo de mozos y mo-
zas, robustos aldeanos de vistosos trajes chillones, amontonaban la
yerba en altos conos, bálagos provisionales. Las yuntas pastaban a dúo
cerca del carro, apoyado en su pértigo, uncidas para llevar el heno a la
tenada entre chirridos y cánticos agudos de las ruedas y el eje, a trom-
picones por callejas arriba y abajo.
Junto a uno de los montones de la yerba apilada, apoyando la es-
palda en las peinadas hebras verdes y perfumadas, una dama, sentada
en el santo suelo, leía, absorta en su lectura. Su cabeza era un rizo de
plata, de una belleza venerable y melancólica, algo semejante a la de un
árbol cubierto de las hojas secas que pronto ha de arrancarle el primer
soplo del invierno.
Emilia nos presentó a su señora tía, que no sin disgusto dejó en el
suelo Los Mohicanos, de Dumas; pero justo es decir que en cuanto re-
conoció a mi madre mostró sincera alegría, y, en cuanto a mí, se dignó
contemplarme como a un verdadero portento a quien tenía vivos de-
seos de conocer y tratar. Tal dijo en un lenguaje exquisito, con una voz
solemne y afectuosa a pesar de cierta circunspección aristocrática que
ya debía de ser en aquella dama segunda naturaleza.
 ¿Y Elena?  preguntó Emilia.
Una carcajada fresca, cristalina, que llenó de poesía el prado, el
horizonte, el cielo, sonó detrás del bálago de yerba.
12 de enero  ¡Allí está!  gritó Emilia . Y dio un salto, como un
gato que hubiera vuelto a encontrar la pista de un ratón en vano perse-
35
guido largo tiempo. Detrás del montón de yerba vislumbré por un se-
gundo la falda de una bata de percal blanco con lunares rojos, muchos
y muy pequeños. Pero a la voz de Emilia, que se lanzó tras el rastro,
desapareció la tela. Es de advertir que, según supe después, estas dos
señoritas, una de veinticuatro años y otra de quince y unos meses, pero
que, como se verá, ya representaba sus diez y siete o diez y ocho, se
entretenían casi todo el día en jugar a una cosa que llamaban ellas la
queda, y consistía en dar una a otra un cachete suave y decir 
Quedaste , y enfurecerse la que había quedado, como si le hubiesen
pegado la peste, y no descansar hasta poder devolverle la bofetadita a
su hermana y decir a su vez
 Quedaste . Y así se pasaban la vida, según explicó después D.ª
Eladia, la tía, sin pizca de formalidad; y, a pesar de estar muy bien
educadas, aquel vicio de la queda las dominaba de manera que más de
una vez, ante una visita que venía a honrarlas y arrancarlas a su sole-
dad, Elena, la menor, que había quedado, aprovechaba la ocasión del
cumplido que su hermana mayor tenía que guardar ante los extraños,
y disimuladamente le daba la bofetadilla, diciendo por lo bajo: 
Quedaste ; y no siempre la otra había podido contenerse, y caso había
habido de echar a correr una tras otra y dejar a la tía colorada como un
pimiento y dando explicaciones a la pasmada visita de aquellas locuras
impropias, singularmente, de la doña Emilia. La cual, si he de decir la
verdad, me pareció más hermosa y provocativa que nunca cuando, sin
género alguno de coquetería, olvidada de mí y de sus años, se arrojó
tras de su presa, que por lo visto le debía la queda; y se lanzó con tanta
gracia, que el sacudimiento la hizo brincar y enseñar por debajo de la
falda una aprensión de media azul, en juego con el traje que me dejó
viendo azul por un rato. No fue muy largo, porque pronto apareció,
por el lado opuesto del montón de yerba, huyendo de la cautelosa per-
secución de Emilia, que quería sorprenderla, la figura entera de Elena,
de mi mujer. A la cual vi por vez primera en mi vida, con el rostro mo-
reno tendido hacia mí, un dedo sobre sus labios implorando silencio
pidiéndome que le guardara el secreto de que estaba allí. Me miraba
con los hermosos ojos de castaño muy oscuro, no muy grandes, muy
36
hondos en las sombras centrales, de niñas misteriosas y apasionadas,
fijos en los míos; pero sin pensar en mí, atenta a su idea, que era su
hermana que la acechaba y de quien se escondía. Parecía que estaba allí
quieta, en postura escultural, imagen de la gracia, para retraerse por
una eternidad en el fondo de mi alma. Aun ahora, cierro los ojos y la [ Pobierz całość w formacie PDF ]

  • zanotowane.pl
  • doc.pisz.pl
  • pdf.pisz.pl
  • gim1chojnice.keep.pl