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Rompe el vidrio.
Si de verdad no vives, preferiría encontrar una forma de darte vida.
Te agradezco la fraternidad. Cuando estabas encarcelada aquí, Thecla, y aquel
muchacho te llevó el cuchillo, ¿porqué no buscaste más vida?
La sangre se me encrespó en las mejillas y alcé el báculo de ébano, pero no di el
golpe.
Vivo o muerto, tienes una inteligencia penetrante. Thecla es mi parte más propensa a
la ira.
Si junto con sus recuerdos hubieras heredado sus glándulas, habrías triunfado.
Y tú lo sabes. ¿Cómo puedes saber tanto, tú que eres ciego?
Los actos de las mentes groseras crean minúsculas vibraciones que agitan el agua
de esta botella. Te oigo los pensamientos.
Yo noto que oigo los tuyos. ¿Cómo es posible que los oiga y no los de algún otro?
Ahora que miraba directamente la cara afligida, iluminada por el último rayo de sol que
entraba por un tronera polvorienta, no estaba seguro de que los labios se moviesen.
Como de costumbre, te oyes a ti mismo. No puedes oír a los demás porque tu mente
está siempre chillando, como un niño que llora en una cesta. Ah, veo que eso lo
recuerdas.
Recuerdo una vez, hace mucho, en que tenía frío y hambre. Estaba de espaldas,
entre paredes marrones, y oía el sonido de mis propios gritos. Sí, era un niño sin duda. Ni
siquiera sabía gatear, creo. Eres muy listo. ¿Ahora qué estoy pensando?
Que sólo soy un ejercicio inconsciente de tu poder, como la Garra. Es verdad, por
supuesto. Yo era deforme, y morí antes de nacer, y desde entonces me han guardado
aquí en coñac blanco. Rompe el vidrio.
Primero preferiría interrogarte dije yo. Hermano, en tu puerta hay un viejo con
una carta. Presté atención. Era extraño, después de haber oído nada más que esas
palabras en mi mente, oír de nuevo ruidos reales: el canto de los mirlos soñolientos entre
las torres y los golpecitos en la puerta.
El mensajero era el viejo Rudesind, que me había guiado a la sala de cuadros de la
Casa Absoluta. Lo hice pasar (para sorpresa de los centinelas, pienso) porque quería
hablar con él y no necesitaba cumplir con la etiqueta.
No he estado aquí en toda mi vida dijo él . ¿Cómo puedo ayudaros, Autarca?
Con sólo verte nos damos por servidos. Sabes quiénes somos, ¿no? Nos
reconociste la otra vez que nos encontramos.
Aunque no conociera tu cara, Autarca, de todos modos la reconocería dos docenas
de veces. Me lo han dicho a menudo. Aquí parece que nadie hablara de otra cosa. Cómo
te pusieron en cintura. Cómo te veían por cualquier lado. Cómo eras y qué decías. No hay
cocinero que no te haya convidado con un pastel. Todos los soldados te contaron
historias. Te diré que hasta conocí una mujer que te besó y te remendó los pantalones.
Tenías un perro...
Eso sí que es cierto dije.
Yun gato y un pájaro y un cotí que robaba manzanas. Y trepabas a todos los muros
de este lugar. Y después saltabas, o te descolgabas por una soga, o te escondías y
simulabas haberte escondido. Eres todos los niños que se han visto por aquí, y te han
atribuido historias de hombres que ya eran viejos cuando yo era un crío, y hasta cosas
que hice yo mismo setenta años atrás.
Ya hemos aprendido que el rostro del Autarca está siempre oculto tras la máscara
que le teje el pueblo. Sin duda es mejor así; no hay nada de qué enorgullecerme cuando
se comprende que poco nos parecemos a eso que provoca reverencias. Pero queremos
oír de ti. El antiguo Autarca nos dijo que eras centinela de la Casa Absoluta, y ahora nos
enteramos de que sirves al padre Inire.
Así es dijo el viejo . Tengo el honor, y la carta que traigo es de él. Tendió un
sobre pequeño y algo sucio.
Ynosotros somos el señor del padre Inire.
Hizo una reverencia de campesino. Lo sé, Autarca.
Pues te ordenamos que te sientes y descanses. Tenemos preguntas que hacerte, y
no queremos mantener de pie a un hombre de tu edad. Cuando éramos el chico de quien
dices que todos hablan, tú nos llevaste a las estanterías del maestro Ultan. ¿Porqué?
No porque supiera algo que los demás no sabían. Tampoco porque me lo ordenara
mi amo, si es eso lo que pensáis. ¿No vais a leer la carta?
Dentro de un momento. Después de que me respondas sinceramente, en pocas
palabras.
El viejo dejó caer la cabeza y se tiró de los pelos de la barba. Vi cómo la seca piel de la
cara se le alzaba en minúsculos conos cóncavos, como queriendo seguir a los pelos
blancos.
Autarca, creéis que ya entonces yo sospechaba algo. Quizás algunos lo imaginaran.
Quizá mi amo; no lo sé. Los reumáticos, bajo las cejas, se movieron para mirarme y
volvieron a caer. Erais joven y parecíais un chico con futuro; por eso quise que vierais.
¿Que viera qué?
Yo soy viejo. Era viejo entonces y soy viejo ahora. Vos habéis crecido. Lo veo en
vuestra cara. Yo soy apenas más viejo, porque para mí un tiempo así no importa. No
podría compararse con las horas que me he pasado subiendo y bajando mi escalera.
Quería que vierais cuánto había habido antes de vos. Que aun antes de que fuerais
concebido habían vivido y muerto miles y miles, algunos mejores que vos. Quiero decir,
Autarca, mejores que como erais vos entonces. Pensaréis que cualquier criado de la vieja
Ciudadela nace sabiendo todo eso, pero he descubierto que no lo saben. Por más que
estén siempre alrededor, no lo ven. Pero a los más inteligentes, bajar a los recintos del
maestro Ultan, les abre los Eres el abogado de los muertos.
El viejo asintió. Sí. La gente habla de ser bueno con éste y el otro, pero de hacerles
bien a ellos nunca oí hablar a nadie. Tomamos todo lo que tenían, lo cual es correcto. Y la
mayoría de las veces escupimos en sus opiniones, lo cual también es correcto, supongo.
Pero de vez en cuando deberíamos recordar cuántas cosas hemos heredado. Pienso que
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