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la generación actual, pero que de nuevo estoy dispuesto a jurar que es una combinación de establo,
perro cae sarna y un fuelle muy viejo. (Para que me confirmes o me refuten, apelo en esto a las
generaciones anteriores.) Seguí al fantasma en un asno sin cabeza, un asno tan interesado por el estado
de su estómago que tenía siempre allí su cabeza, investigándolo; sobre potros que habían nacido
expresamente para cocea por detrás; sobre tiovivos y balancines de las ferias, en el primer coche de
punto, otra institución olvidad en la que el pasaje solía meterse en la cama y el conductor les remetía
las mantas.
No le molestaré con un relato detallado de todos los viajes que hice persiguiendo al fantasma del
Amo B., mucho más largos y maravillosos que los de Simbad el Marino, y me limitaré a una
experiencia que le servirá al lector para juzgar las múltiples que se produjeron.
Me vi maravillosamente alterado. Era yo mismo, y, sin embargo, no lo era. Era consciente de algo
que había en mi interior, que había sido igual a lo largo de toda mi vida y que había reconocido siempre
en todas sus fases y variedades como algo que nunca cambiaba, y, sin embargo, no era yo el yo que se
había acostado en el dormitorio del Amo B. Tenía yo el más liso de los rostros y las piernas más cortas,
y había traído a otro ser como yo mismo, también con el más liso de los rostros y las piernas más
cortas, tras una puerta, y le estaba confiando una proposición de la naturaleza más sorprendente.
La proposición era que deberíamos tener un harén.
El otro ser asintió calurosamente. No tenía la menor noción de respetabilidad, lo mismo que me
pasaba a mí. Era una costumbre de oriente. Era lo habitual del Califa Haroun Alraschid (¡permítanme
por una vez escribir mal el nombre porque está lleno de fragancias a dulces recuerdos!), su utilización
era muy laudable y de lo más digno de imitación.
-¡Oh, sí! Tengamos un harén -dijo el otro ser dando un salto.
El hecho de que comprendiéramos que debía mantenerlo en secreto ante la señorita Griffin t debió a
que tuviéramos la menor duda con respecto al meritorio carácter de la institución oriental nos
proponíamos importar. Fue porque sabía que la señorita Griffin estaba tan desprovista de simpatías
humanas que era incapaz de apreciar la grandeza del gran Haroun. Y como la señorita Griffin a quedar
envuelta irremediablemente en el mismo decidimos confiárselo a la señorita Bule.
Éramos diez personas en el establecimiento señorita Griffin, junto a Hampstead Ponds; las damas y
dos caballeros. La señorita Bule, quien según pensaba yo había alcanzado la edad madura a los ocho o
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los nueve, ocupó el papel principal sociedad. En el curso de ese día le hablé del tema y le propuse que
se convirtiera en la favorita.
La señorita Bule, tras luchar con la timidez tan natural y encantadora resultaba en su adorable sexo,
expresó que se sentía halagada por la idea deseó saber las medidas que proponíamos todo con respecto
a la señorita Pipson. La señorita Bule que en Servicios y Lecciones de la Iglesia completos en dos
volúmenes con caja y llave había jurado a esa joven dama una amistad compartiéndolo todo sin
secretos hasta la muerte, dijo que como a mi Pipson no podía ocultarse a sí misma, ni a mí Pipson no
era un ser común.
Ahora bien, como la señorita Pipson tenía cabellos claros y rizados y ojos azules (lo que se ajustaba a
mi idea de cualquier ser femenino y mortal que se llamara Hada), contesté rápidamente que
consideraba a la señorita Pipson como un hada circasiana.
-¿Y entonces, qué? -preguntó pensativamente la señorita Bule.
Contesté que debía ser engañada por un mercader, traída hasta mí cubierta con velos y vendida como
esclava.
(El otro ser había pasado ya a ocupar el segundo papel masculino dentro del Estado y designado
como Gran Visir. Más tarde se resistió a que se hubiera dispuesto así de los acontecimientos, pero le
tiré del pelo hasta que cedió.)
-¿Y no me sentiré celosa? -quiso saber la señorita Bule haciendo la pregunta con la mirada baja.
-Zobaida, no -contesté yo-. Tú serás siempre la sultana favorita; el principal lugar en mi corazón, y
en mi trono, serán siempre para ti.
Una vez segura de eso, la señorita Bule consintió en proponer la idea a sus siete hermosas
compañeras. En el curso de ese mismo día se me ocurrió que sabíamos que podríamos confiar en un
alma sonriente y afable llamada Tabby, que era la esclava servil de la casa y no representaba más valor
que una de las camas, y cuyo rostro estaba siempre más o menos manchado de color plomo, por lo que
tras la cena deslicé en la mano de la señorita Bule una pequeña nota a ese efecto considerando que esas
manchas plomizas hubieran sido en cierta manera depositadas por el dedo de la providencia, designaba
a Tabby como Mesrour, el famoso jefe de los negros del harén.
Hubo dificultades para la formación de la deseada institución, como las hay siempre en todo lo que
exige combinaciones. El otro ser demostró tener u carácter bajo, y al haber sido derrotado en sus
aspiraciones al trono simuló tener escrúpulos de conciencia para postrarse delante del califa; no se
dirigiría a él con el título de jefe de los fieles; le hablar de manera ligera e incoherente designándole
como simple «compañero»; y él, el otro ser, dijo que «n jugaría»... ¡jugar!, y fue en otros aspectos rudo
ofensivo. Sin embargo, esa disposición maligna fue derrotada por la indignación general de un haré
unido, y yo fui bendecido por las sonrisas de ocho de las más hermosas hijas de los hombres.
Las sonrisas sólo podían concederse cuando señorita Griffin miraba hacia otra parte, y aun entonces
sólo de una manera muy cautelosa, pues había una leyenda entre los seguidores del profeta que ella vio
en un pequeño ornamento redondo en medio del dibujo de la parte posterior de su chal. Por todos los
días, después de la cena, nos reuníamos durante una hora y entonces la favorita y el resto del harén real
competían acerca de quién era la que debía divertir el ocio del Sereno Haroun en su reposo de las
preocupaciones del Estado; que genera mente eran, como la mayoría de los asuntos de Estado, de
carácter aritmético, y el jefe de los fieles sólo era un amedrentado miembro más.
En esas ocasiones, el entregado Mesrour, jefe los negros del harén, acudía siempre (la señorita
Griffin solía llamar a ese oficial, al mismo tiempo con gran vehemencia), pero no actuaba jamás de una
manera digna de su fama histórica. En primer lugar, su forma de pasar la escoba por el diván del califa,
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incluso cuando Haroun llevaba sobre sus hombros la túnica roja de la cólera (la pelliza de la señorita
Pipson), aunque pudiera hacerse entender en ese momento nunca quedaba satisfactoriamente explicada.
En segundo lugar, su forma de irrumpir en sonrientes exclamaciones de «¡vigile a sus bellezas!» no era
ni oriental ni respetuosa. En tercer lugar, cuando se le ordenaba especialmente que dijera
«¡Bismillah!», siempre exclamaba «¡aleluya!» Este oficial, a diferencia de los demás de su categoría,
siempre estaba de demasiado buen humor, mantenía la boca demasiado abierta, expresaba su
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